La edad del espíritu by Eugenio Trías

La edad del espíritu by Eugenio Trías

autor:Eugenio Trías [Trías, Eugenio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 1994-01-01T00:00:00+00:00


III

En este eón se asigna al hombre un lugar de auténtico privilegio.[320] Constituye el centro y el microcosmos en el que todos los influjos del anima mundi confluyen. Es el artífice y el demiurgo cósmico en virtud de cuya contemplación y acción pueden refluir estos influjos. Él es capaz de transformar esas corrientes espirituales por los conocimientos adquiridos en la interpretación de los arcanos de la revelación natural. Y esa tarea demiúrgica se halla guiada por las claves exegéticas que la revelación del Libro Santo le proporciona (la revelación de Hermes, de Moisés, de Pitágoras, Zarathusthra, Platón o de los evangelios cristianos).

En esa labor de transformación él mismo logra transmutarse como a través de la acción alquímica. Y esa mutación abre el horizonte de su propia liberación y salvación. A la vez que transforma el mundo, convirtiendo el orden físico en templo cósmico o en ciudad ideal, él mismo logra ser «artífice de sí mismo», como dice Pico della Mirandola. Puede ascender hasta la cima de la contemplación y mutar su naturaleza carnal en verdadera carne espiritual, o incluso puede alzar ésta hasta transfigurarla en forma acorde a las realidades celestes y supracelestes.

Puede ser «todas las cosas», según lo expresa Pico della Mirandola: puede elevarse hasta alturas celestes y angélicas, o bien degradarse en formas materiales y bestiales. En ese carácter polimorfo y plástico que evoca en Pico della Mirandola la figura de Proteo se puede determinar el carácter esencialmente libre del hombre. No se halla, a diferencia de las restantes criaturas, celestes, supracelestes o terrestres, enmarcado en una estancia o en un domicilio del cual no pueda desprenderse.

En el mundo supraceleste se sitúan las jerarquías angélicas, con sus rangos propios y específicos; en el mundo celeste y natural se despliegan las esferas cósmicas, domicilios de las estrellas y los planetas. En los elementos físicos habitan las criaturas naturales, que no pueden abandonar su específico elemento: la salamandra, el ave, el pez, el bruto se deben a sus propias moradas físicas, el fuego, el aire, el agua, la tierra. Pero el hombre, ingente maravilla, puede habitar cualquier morada o disponer un nuevo emplazamiento a su existencia.

Por eso Dios no le adscribió, en el acto del reparto creador, ningún lugar, ninguna hacienda, ninguna encomienda particular. Le dotó, eso sí, del mágico talismán de su libertad. En virtud de ésta, iluminada por el conocimiento, puede el hombre modificar las corrientes de energía espiritual que en él confluyen y refluyen, procedentes de las diferentes moradas cósmicas y supracósmicas. Puede modificar su propio hábitat, así como el èthos de su existencia, en razón de la correcta previsión de las oleadas de radiación procedentes de constelaciones astrales.

Puede, en consecuencia, transformarse a sí mismo, modificar sus humores, sus datos destinales fijados por los astros y los planetas; o puede perfeccionar su èthos, el carácter y el temperamento que le viene dado por su origen y por el horóscopo de su nacimiento. Puede también, a la vez que se transforma a sí mismo, modificar el universo que



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