La buhardilla by Marlen Haushofer

La buhardilla by Marlen Haushofer

autor:Marlen Haushofer [Haushofer, Marlen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-30T00:00:00+00:00


26 de junio

Llevo casi tres meses sin escribir. La primavera es más difícil de soportar que el invierno. Hubert quería venir por Pascuas, pero le pedí que no lo hiciera. ¿Para qué atormentarnos? Es tan amante del deber que solo consigo que no venga escribiéndole que no puedo soportar su visita y que no es bueno para mí. Porque él hace todo lo que es bueno para mí. Me lo imagino sufriendo por el alivio que ha de sentir con mis cartas. No me alegra imaginarme su sufrimiento, no por grandeza de alma, sino porque todo lo que le duele también tiene que dolerme a mí. En eso no ha cambiado nada. El piso lo conseguirá por fin. Pero nunca será mi piso. ¿Qué va a hacer un joven abogado con una mujer sorda? ¿Qué puede hacer cualquier hombre con una mujer sorda? ¿Y qué clase de madre sería yo para el pequeño Ferdinand? Todo esto es inimaginable. Ya basta con que Hubert tenga que mantenerme. Pero eso también se acabará un día. Tengo encargos, ilustrar libros infantiles y cosas parecidas. Lo último que he tenido que pintar han sido mariposas, mariposas de una belleza convencional, exactamente lo que quería mi cliente. Un día dejaré de ser una carga económica para Hubert; pero para él seguiré siendo una carga mientras vivamos.

Éramos tan felices los dos, aunque no acabásemos de creerlo y no estuviésemos completamente seguros…, pero eso habría podido ir a mejor. O tal vez no. Es muy posible que a la larga no hubiéramos podido soportar esa excesiva proximidad y que hubiéramos retomado a nuestro estado anterior, yo a mi pintura y Hubert a sus amigos, unos amigos que él tenía a su alrededor como bufones de palacio. Eso, como es natural, no se sabrá nunca. Yo le deseo que encuentre otra mujer o al menos bufones divertidos.

Ya no sé cómo es cuando me toca. Solo recuerdo claramente que el pequeño Ferdinand tenía siempre las manos calientes y que siempre olía muy bien, aunque no estuviera recién lavado. Los adultos nunca huelen tan bien como los niños. Desde que estoy aquí no he visto un solo niño. Eso me alegra.

En mayo llegó de nuevo el invierno. Yo había enviado ya las mariposas y había retornado al Imperio Romano. Volvió el frío y empezó a nevar. El cazador me parecía cada día más malhumorado, y una vez apaleó horriblemente a su perro. Lo vi desde la veranda. El perro aullaba, aullaba sin sonido, era tan espantoso que me metí en la cama y lloré. Tal vez mi llanto fuese tan silencioso como el del perro. Creía que me ahogaba. Al atardecer, el perro regresó a la casa arrastrándose sobre el vientre, y poco después se fue al bosque junto a su amo meneando la cola. Todavía cojeaba un poco, pero parecía radiante de alegría. Yo habría querido matar a los dos. Quizás incluso le vaya al perro mejor que al cazador, me parece muy posible.

Esa noche ocurrió algo en mí, y me quedé dos días en la cama, el rostro vuelto hacia la pared.



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