La alegría de la vida by Raymond Queneau

La alegría de la vida by Raymond Queneau

autor:Raymond Queneau [Queneau, Raymond]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1952-01-01T00:00:00+00:00


XII

El domingo era el día más difícil; se habían resignado al cine y, para no discutir sobre a cuál ir, iban siempre al mismo; además, el señor Crampón, el director, les reservaba siempre dos plazas.

—¿Qué le ha dado a Chantal?, refunfuñaba Julia. ¡Un domingo! ¡Invitarnos a un té! Está zumbada la tía. Y precisamente un día en el que echan Tarzán.

—Qué mala suerte, reconoció Valentín, que por su parte estaba muy contento de ir a un té.

Creía que eso sólo existía en Marie-Claire, los tés.

En tres trasbordos de metro llegaron a casa de los Butugra.

—Aquí hay gato encerrado, dijo Julia. Vas a ver.

—El té es una novedad, dijo Valentín conciliador. Así tendremos hambre esta noche para los callos.

—Venga ya, dijo Julia. Todo lo que me ofrezcan me lo jalo.

—Pues me terminaré los callos yo solo, dijo Valentín.

—A lo mejor quieren pedirnos dinero prestado.

—Parecen ir bien.

—No te fíes. Los funcionarios están siempre sin un céntimo. Y las mujeres de los funcionarios todavía más. Conozco a mi Chantal.

—¿Y qué haremos si quieren sablearnos?

—Bueno, no es difícil: con los impuestos y los vencimientos estamos sin blanca.

—Y hay que pagar el gas, observó Valentín.

—No lo mezcles todo. Los impuestos y los vencimientos, con eso basta. ¿Entendido?

—¡Ni te cuento los impuestos que tenemos que pagar este año!, ha sido todavía peor que el año pasado. ¡Adonde iremos a parar!

—Muy bien. Las leyes sociales son algo muy bonito, pero los que las aprovechan son los funcionarios, y los que las pagan los comerciantes.

—Muy bien. Creo que estamos preparados, dijo Valentín con optimismo.

—Y no dejes que te lleve al huerto tu tortolita.

—¿Qué tortolita?

Llamaron al timbre. Una joven agradablemente disfrazada de sirvienta fue a abrirlos. Julia la miró con severidad:

—Esto es nuevo, dijo. ¿Hace mucho que está usted aquí, hijita?

—Ocho días, señora.

—Están mal de la azotea, suspiró Julia.

Después de haberles desembarazado de abrigos y sombrero, la joven agradablemente disfrazada de sirvienta abrió una puerta indicándoles el camino.

—Lo sabemos, lo sabemos, masculló Julie. He estado aquí antes que tú.

Chantadles esperaba, sola. Valentín, con un rápido vistazo, trata [de localizar las tazas de té y las pastas, pero no descubre hada parecido. Sin duda las traerán más tarde. Tampoco había otros invitados, ni mesas de bridge. Había intentado aprender a jugar al bridge solo, pero no lo había conseguido y había renunciado al darse cuenta de que en su barrio nadie conocía ese juego.

—Estás en la luna, Valentín, dijo Chantal dándole un beso.

Tenía aspecto de buena chica hoy, nada vamp en absoluto.

—Oye, le preguntó Julia, ¿quién es esa puta a la que has encargado que nos abra la puerta?

—Es una criada.

—Ya verás lo que te va a costar. Y no hablo únicamente del sueldo. No, no, no quiero saber cuánto le das. Además tiene toda la pinta de estar sindicada la chica. No quiero ni pensar en lo que te va a sisar.

—Qué quieres que te diga, es muy cómodo.

—¿Y con la asistenta no te bastaba?

—La conservo también.

Con el rostro conmocionado, los ojos a punto de salirse de sus órbitas



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