Kara y Yara rumbo al nuevo mundo by Alek Popov

Kara y Yara rumbo al nuevo mundo by Alek Popov

autor:Alek Popov [Popov, Alek]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


20. DEMONIOS Y RUSOS

M

arinela acarició el pecho del hombre que dormitaba en el sofá. Plano y duro, casi sin pelo… Había perdido el lado derecho del cuero cabelludo y la mitad de la oreja, arrancados por un disparo o por una explosión. Sobre ellos caía un mechón de pelo largo y liso, destinado concretamente a cubrir la cicatriz. A lo que quedaba de oreja se acoplaba un pequeño audífono.

El hombre sintió una ligera brisa. Sobre su rostro pasó una delicada mano blanca de la que parecía emanar luz. En la delgada muñeca lucía un reloj salpicado de diminutos diamantes. Escuchó su tictac débil pero insistente. Tic-tac-tic-tac. La mano reapareció sobre su rostro. Abrió los dedos y lentamente comenzó a descender. En la palma de la mano estaba grabada una inscripción en espiral: A Yara Palavéeva de papá y mamá con motivo de su 15 cumpleaños.

El Capitán Noche despertó sobresaltado y abrió los ojos. Marinela lo miró como un gato a punto de sacarle los ojos. Trató de abrazarla, pero ella lo empujó y preguntó con un toque de fatalidad:

—¿Todavía piensas en ella?

—¿Cómo? —preguntó Noche levantando la cabeza.

—¿Todavía piensas en ella? —repitió Marinela más fuerte.

—No, estoy descansando.

—¡Mientes!

—No te estoy mintiendo —le aseguró.

Desde su regreso de Macedonia, esta conversación se repetía constantemente. Noche y Zánev habían sobrevivido milagrosamente a la explosión de la granada. Zánev había salido incluso mejor parado, una vaga premonición lo había hecho apartarse del borde del cráter dejado por los proyectiles en el último momento. Noche pasó dos meses en un hospital militar, lo galardonaron con una segunda cruz al valor y recibió una prima por la destrucción de un enemigo del Estado particularmente peligroso. Se estaba recuperando razonablemente bien, excepto por la afección del oído derecho y la parte faltante del cuero cabelludo. A veces no oía nada, a veces el oído se le llenaba de un ruido extraño como el crujido de una radio. Al fondo resonaban voces lejanas: le parecía que cantaban canciones partisanas. ¿O se lo estaba imaginando? Le habían prescrito un audífono Siemens alemán de última generación, pero los sonidos perturbadores no habían desaparecido por completo.

Marinela lo visitaba regularmente en el hospital y, después del alta, en su piso. No parecía haber quedado mucho de su anterior determinación y combatividad, pero a cambio se había convertido en un amante mejor. No salían casi a ningún lado, se encerraban en casa y allí ya pasaba lo que pasaba… La casera agarraba el sombrero y se iba a tomar el café con sus amigas del barrio.

—No te creo —dijo Marinela—. ¡Estás otra vez obsesionado con ellas! Todo iba tan bien…

—Pero ¿qué dices? ¡Ahora estoy contigo! —Noche la tomó de la mano.

—Ahora sí. —Marinela sonrió con tristeza—. Como si no me acordara ya de por qué empezaste a salir conmigo. Solo para averiguar más cosas de estas dos fulanas…

—Estaba llevando a cabo una investigación.

—No estoy enfadada contigo. Eso no depende de ti.

Los pies de Noche sobresalían por encima del reposabrazos y movía los pulgares como si intentara atrapar algo en el aire.



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