Hotel Splendide by Ludwig Bemelmans

Hotel Splendide by Ludwig Bemelmans

autor:Ludwig Bemelmans [Bemelmans, Ludwig]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1941-01-01T00:00:00+00:00


—No sé qué elegir —dijo el profesor.

Fritzl nos dijo al profesor y a mí que estábamos invitados. Apartó las enormes cartas, llamó al propietario y le comunicó que deseábamos una buena cena. Queríamos caviar, truites au bleu y una poularde rôtie, con compota.

—Ah, sí, cómo no —dijo el propietario—, ¿pero el precio, mein Herr?

—El precio —le explicó Fritzl— normalmente aparece en la cuenta al final de la comida. Después de la poularde —continuó— queremos espárragos con hollandaise.

Al oír aquello, el propietario unió las manos con fuerza y las mantuvo así, como si rezara. Espárragos, dijo, lo sentía en el alma, pero espárragos no tenía, no podía permitirse mantenerlos frescos.

Fritzl se quejó de aquella suerte de restaurante que regentaba. El hombre puso cara de idiota, de desesperación y de vergüenza, y yo le dije que podía enviar a alguien a Dallmayr, la tienda de productos delicatessen de lujo de Múnich, ubicada cerca de la Feldherrnhalle, y que pidiera los mejores espárragos que tuvieran: los belgas, grandes y gordos, tantos cuantos bastaran para tres personas.

El propietario estuvo a punto de lanzar al mozo por la puerta de una patada, para que se acercara a toda prisa a Dallmayr. Mientras tanto, nos comimos nuestras diminutas raciones de caviar.

El profesor Hellsang estaba sentado entre nosotros dos, callado e incómodo. Observaba cómo nos llenaban las copas de vino, y luego se humedecía la punta de un dedo y con ella recogía las miguitas que había sobre su platito para la mantequilla. Devoró su comida y mordisqueó todos los huesos de la poularde hasta dejarlos limpios, sujetando una pata con las manos. Cuando llegaron los espárragos, a cada uno nos sirvieron seis, blancos, hermosos y grandes, con una hollandaise excelente de consistencia perfecta. Herr Professor se comió uno, luego otro, y al cabo de un rato un tercero.

De repente hizo una pausa y echó un vistazo alrededor. Fritzl me miró. Ahora, pensé, ha llegado la hora. Fritzl se inclinó desde el otro lado de la mesa y dijo:

—Herr Professor… —Y repitió—: Oh… Herr Professor. —Y estiró la mano para tocarlo. Pero el profesor Hellsang no lo oía.

El Herr Professor trató de llamar la atención de un camarero y luego nos pidió que lo disculpáramos. Fue hasta la entrada de la cocina y, mientras subía los dos escalones que conducían a la puerta de servicio, me fijé en que llevaba agujeros en los calcetines y un par de pantalones desaliñados, con los bajos deshilachados. Fritzl lo siguió con la mirada y me dijo:

—Dios mío, no puede ser… Mira al profesor Hellsang, un profesor alemán, con agujeros en los calcetines y los pantalones raídos.

El profesor había desaparecido en el interior de la cocina. Enseguida regresó con un pedazo de papel para envolver. Se sentó de nuevo en la mesa sin quitarles ojo a los tres espárragos que quedaban. Los cogió uno a uno y los envolvió con cuidado en el papel que había traído. Luego los guardó dentro del abrigo.

Por último, con la mirada fija en la mesa,



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