Estoy cambiando: Historias para crecer by Celia Blanco

Estoy cambiando: Historias para crecer by Celia Blanco

autor:Celia Blanco
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-03-27T00:00:00+00:00


Cuando se termina de vender toda la quincalla, todos nos vamos para la plaza. Toca celebrar la fiesta de la visita de Lorelaine. Menos mal que le toca a Lolo sacar a Denver Bowie, porque me apetece mucho más el plan que se está organizando. Todos vamos derechos al Kalaplaza. Lorelaine cierra el camión y se dirige, con todos, a la terraza del bar cafetería en el que tapea todo el pueblo. Cuando sale de su platea, me doy cuenta de lo grande que es. Es muy gorda y alta, y camina con un poderío impresionante, como una modelo en la pasarela o una boxeadora a punto de entrar al ring. Lorelaine es un pedazo de señora.

—Un Bitter Kas, por favor —le pide a Diego en cuanto este se acerca a su mesa.

—¿Tapa? —pregunta el camarero señalando la pizarra con la lista de aperitivos que ponen con la bebida.

—Chérigan de atún, venga.

A mí también me gustan mucho esas tostadas finitas untadas en ajo blanco con mollas de atún. En el Kalaplaza las hacen muy buenas.

Candela, su madre, la mía y yo nos sentamos en una mesa al lado de la quincallera. Yo estoy fascinada con esta mujer. Con total parsimonia abre un libro que lleva en la mano, pega un trago a la bebida y comienza a leer. Cuando Diego le trae el chérigan, ya ha leído, lo menos, dos páginas. Muerde la tostada alternándola con la bebida mientras se deja perder en ese libro. Me parece que se aísla de todos y consigue alcanzar cierta paz. Como cuando yo me encierro debajo del edredón y me creo que me aíslo del mundo.

—Me encantaría saber qué está leyendo.

La reflexión de mi madre me saca de mis pensamientos. A mi madre le gusta leer. Quiere saber qué lee esta mujer tan expresiva.

—Pues pregúntaselo, Pura. —La madre de Candela lo soluciona todo rápido.

Mi madre se anima a arrimar la silla a la mesa de la comerciante. A mí me hace gracia que sea tan resuelta. Por cosas como estas me gusta mucho mi madre.

—Disculpe, ¿podría decirme qué lee? —le pregunta mi madre dirigiéndose hacia su mesa—. Me ha parecido usted una mujer muy interesante. Y me gusta leer. Seguro que su recomendación me interesa.

Lorelaine aparta la mirada del libro y sonríe a mi madre, traviesa.

—Uy, no sé yo —contesta la mujer, como si no quisiera asustarnos, pero se viera en la obligación de advertirnos—. Ahora me estoy torturando un poco.

Lo dice enseñando el libro que está leyendo: Arde este libro, de Fernando Marías.

—¿Disculpe? —Mi madre no entiende lo que le dice. Ella solo quería saber el título del libro.

—Sí, que yo acostumbro a curarme las penas leyendo. Que lo que leo tiene que ver mucho con mi estado de ánimo. Leyendo me evado de lo que me hace daño. Y ahora dejo que me duela este libro…

Esa frase sí que no la entiendo. ¿Le duele el libro? ¡¿Qué es eso?! Lorelaine baja la cabeza, cierra el libro y se dispone a integrarse plenamente en la conversación.



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