El tigre en la casa by Carl Van Vechten

El tigre en la casa by Carl Van Vechten

autor:Carl Van Vechten [Van Vechten, Carl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1920-08-15T00:00:00+00:00


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EL GATO Y LAS LEYES

Desde la época de la divinidad del gato se han aprobado leyes para protegerlo, leyes que han exigido a los humanos tratarlo de tal o cual modo. Entre los egipcios, ya lo vimos, asesinar gatos se castigaba con pena de muerte. Diodoro escribe sobre un valiente soldado romano que fue víctima de la severidad egipcia al respecto. Es interesante comparar esta medida extrema con el antiguo derecho anglosajón, que sostenía que ni los gatos ni los perros “son propiedad, teniendo su base en la naturaleza”, pero también conviene recordar que en algún momento en Inglaterra el latrocinio recibía pena de muerte. Si un gato se hubiese considerado propiedad, al ladrón que se lo robara lo habrían llevado al cadalso. La Rule of Nuns de principios del siglo XIII prohibía a las monjas tener animales de ninguna especie, excepto un gato. Otra regla, de unos cien años antes, prohibía incluso a las abadesas usar pieles más costosas que las de cordero y gato. Las leyes galesas sobre leones domésticos se formularon ya en el siglo X. En 1818 se emitió un decreto en Ypres, Flandes, que prohibía que se arrojaran gatos desde edificios altos en un espectáculo navideño. Y hoy en día la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales se empeña en hacer que el castigo sea proporcional al delito para cualquiera que maltrate a propósito a un gato.

Sabiamente, a través del tiempo pareciera que los legisladores han permitido que el gato siga más o menos su propio camino, mientras restringen las acciones de sus amos. Digo sabiamente porque no puede considerarse sabiduría dictar leyes que no vayan a ser acatadas, y creo que he sido bastante claro al afirmar que el gato no obedecerá jamás a nadie. Si no hace ningún intento por gobernar a otros gatos, menos va a tolerar un avance de ese tipo de parte de los humanos. Mientras otros animales se dejan amordazar y atar a una correa, o son encerrados en establos, cuadras y cercas, los mininos pasean en libertad. El perro inmundo es expulsado de la mezquita, pero el grimalkin es bienvenido; se frota las patas con los invitados del sultán y asiste a banquetes oficiales en la Casa Blanca (Theodore Roosevelt no fue el primer presidente amante de los gatos, antes hubo al menos uno: Abraham Lincoln); se sienta en la mesa del prelado o junto a la humilde hoguera del campesino, pero cuando llega la noche vaga por los matorrales o los tejados para contemplar el país circundante, como ingeniosamente ha dicho un poeta.

Incluso en la Edad Media, una era pintoresca en que se sostenía que los animales eran responsables de sus crímenes y como tales eran torturados, juzgados y condenados[41], el gato se salvaba[42]. En la lista de estos juicios provista por E. P. Evans no hay un solo caso en que un gato fuese el acusado, y aparece únicamente en el testimonio de estos juicios. Una vez, por ejemplo, un jurista francés del



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