El maravilloso Mago de Oz by Lyman Frank Baum
autor:Lyman Frank Baum [Baum, Lyman Frank]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Infantil
editor: ePubLibre
publicado: 1899-12-31T16:00:00+00:00
recordaréis, no había ningún camino (ni siquiera un sendero) entre el castillo de la Bruja Malvada y la Ciudad Esmeralda. Cuando los cuatro viajeros fueron en busca de la Bruja, esta los había visto venir y había mandado a los Monos Alados a buscarlos. Encontrar el camino de vuelta por los grandes campos de botones de oro y margaritas amarillas era mucho más difícil que sobrevolarlos. Desde luego, sabían que tenían que dirigirse hacia el Este, hacia el sol naciente, y empezaron en buena dirección. Pero a mediodía, cuando el sol estaba encima de sus cabezas, no supieron cuál era el Este y cuál el Oeste, y por eso se perdieron en medio de los grandes campos. Sin embargo siguieron caminando, y por la noche salió la luna y brilló con gran esplendor. Así que se tumbaron entre las flores amarillas de dulce perfume y durmieron profundamente hasta el amanecer todos menos el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata.
A la mañana siguiente el sol se escondía detrás de una nube. Pero reanudaron el viaje, como si estuviesen seguros de la ruta que tenían que seguir.
—Si seguimos avanzando —dijo Dorothy—, tarde o temprano llegaremos a algún sitio[1], estoy segura.
Pero pasaron los días, y seguían sin ver ante ellos más que los campos amarillos. El Espantapájaros empezó a refunfuñar un poco.
—Me parece que nos hemos perdido —dijo— y, si no volvemos a encontrar el camino a tiempo para llegar a la Ciudad Esmeralda, nunca tendré cerebro.
—Ni yo corazón —declaró el Leñador de Hojalata—. Estoy muy impaciente por llegar a Oz, y habréis de reconocer que llevamos muchísimo tiempo de viaje.
—Mirad —lloriqueó el León Cobarde—, yo no tengo valor para seguir vagabundeando durante toda la vida, sin llegar a ningún sitio.
Entonces Dorothy se desanimó. Se sentó en la hierba y Totó se dio cuenta de que por primera vez en su vida estaba demasiado cansado para corretear tras una mariposa que volaba por encima de su cabeza; así que sacó la lengua y jadeó y miró a Dorothy como para preguntarle lo que iban a hacer.
—¿Y si llamamos a los Ratones Campestres? —sugirió la niña—. Seguro que ellos nos enseñarían el camino hacia la Ciudad Esmeralda.
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