El liberalismo europeo by Harold Joseph Laski
autor:Harold Joseph Laski [Laski, Harold Joseph]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1936-05-15T00:00:00+00:00
III. EL SIGLO DE LAS LUCES
I
Francia es en el siglo XVIII el centro creador del pensamiento liberal. Los problemas a resolver exigÃan ahà un esfuerzo mayor, asà como la necesidad de cambio era más honda. En Inglaterra ya se habÃa conseguido una parte no pequeña del clima mental necesario para una evolución liberal. Se habÃa levantado un armazón de gobierno constitucional cuya base, si bien era más estrecha de lo que sus admiradores querÃan admitir, ofrecÃa, con todo, oportunidades mucho mayores que las de cualquier pueblo del Continente europeo. En los setenta años anteriores a la Revolución francesa, el pensamiento polÃtico inglés apenas hizo algo más que desenvolver las inferencias de la filosofÃa de Locke. Puede decirse con equidad que aun Adam Smith desarrolló magistralmente una doctrina cuyos postulados ya existÃan antes de su época. Hay novedad en Burke; pero la nota verdadera de su doctrina tenÃa un sentido conservador. Su preocupación era persuadir a su época a que aceptase la finalidad del arreglo de la Revolución; por eso empleó sus facultades extraordinarias más en la protección que en la ampliación de sus consecuencias. Price y Priestley[1] hicieron poco más que pedir el reconocimiento formal de un status para los no conformistas que en gran parte iba implÃcito en la conducta del Estado inglés. Prestaron obediencia a la vez a las revoluciones norteamericana y francesa; pero su esfuerzo fue más un gesto retórico que un indicio de novedad, al que no respondieron con amplitud aquellos a quienes iba dirigido. El inglés tÃpico del siglo XVIII, si nos es permitida una paradoja, estaba en paz aun estando en guerra. SentÃa que habÃa pactado con el destino. Se interesaba en los detalles, que no en los principios del sistema en que vivÃa. El compromiso de los whig habÃa abierto dentro de sus confines campo para la burguesÃa. No fue necesario alterarlo hasta después de las guerras napoleónicas.
Pero la Francia del siglo XVIII es una sociedad de fermentación; por eso es inagotable la presión de las ideas nuevas, en cuyo nombre se retaba al ancien régime. Todo el genio de aquel periodo estaba al lado de lo nuevo; su concepción permeaba aun a los que perderÃan más con su victoria. El sistema no podÃa resistir el reto. A las nuevas ideas oponÃa una disciplina gastada, a cuyas sanciones destruÃa su asociación con la quiebra interior y la derrota en el exterior. A la larga la monarquÃa se vio obligada a pedir consejo a la clase media; y el resultado fue su caÃda al rehusar las condiciones que ésta imponÃa. Se descubrió, como en la Inglaterra de la Revolución puritana, que las instituciones tradicionales no pueden desarraigarse sin una conflagración. Justamente como Hampden y Pym engendraron a Lilburne y Winstanley, asà Mirabeau y Mounier, a su vez, originaron a Babeuf y los enragés. Como Cromwell hizo posible el nuevo equilibrio de la restauración, asà Napoleón hizo efectiva la transacción de la Carta. Como 1688 hizo una Inglaterra en la que la clase media estableció
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