El juego de té Arlequín y otras historias by Agatha Christie

El juego de té Arlequín y otras historias by Agatha Christie

autor:Agatha Christie [Christie, Agatha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Policial, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1997-04-14T00:00:00+00:00


* * *

Cuando los invitados se marcharon, Alan Everard volvió de nuevo cara a la pared el retrato de Jane Haworth. Isobel cruzó el estudio y se detuvo junto a él.

—Todo un éxito, ¿no crees? —comentó pensativamente—. ¿O quizá no tanto?

—¿El retrato? —se apresuró a preguntar Everard.

—No, tonto. La fiesta. ¡Claro que el retrato ha sido un éxito!

—Es lo mejor que he pintado —dijo Everard agresivamente.

—Estamos prosperando —anunció Isobel—. Lady Charmington quiere que la pintes.

—¡Por Dios! —Everard frunció el entrecejo—. No soy un retratista de la alta sociedad, ya lo sabes.

—Pero lo serás. Llegarás a la cúspide.

—Ésa no es la cúspide a la que yo quiero llegar.

—Pero, Alan, cariño, ésa es la manera de hacerse de oro —adujo Isobel.

—¿Quién quiere hacerse de oro?

—Yo, quizá —dijo ella con una sonrisa.

De inmediato Everard se sintió culpable, avergonzado. Si Isobel no se hubiese casado con él, habría tenido dinero de sobra. Y lo necesitaba. Cierto grado de lujo era lo normal para ella.

—Últimamente no nos ha ido tan mal —dijo con tristeza.

—No, desde luego; pero no dejan de llegar facturas.

¡Facturas! ¡Siempre facturas!

Everard empezó a pasearse de un lado a otro del estudio.

—¡No insistas! —prorrumpió, casi como un niño caprichoso—. No quiero pintar a lady Charmington.

Isobel sonrió fugazmente. Se hallaba de pie junto al fuego sin moverse. Alan interrumpió sus febriles paseos y se acercó a ella. ¿Qué había en ella, en su calma, en su quietud, que lo atraía como un imán? Era tan hermosa… sus brazos como esculpidos en mármol, su cabello como oro puro, sus labios rojos y carnosos.

Los besó, notando cómo se apretaban contra los suyos. ¿Qué otra cosa podía importarle? ¿Qué había en Isobel que lo apaciguaba, que alejaba de su mente todas las preocupaciones? Lo atraía hasta su hermosa quietud y lo retenía allí, tranquilo y satisfecho. Adormidera y mandrágora, que lo hacían flotar a la deriva, dormido, en un lago oscuro.

—Pintaré a lady Charmington —anunció por fin—. ¿Qué más da? Me aburriré, pero al fin y al cabo los pintores tienen que comer. El pintor, la esposa del pintor, la hija del pintor… todos necesitan sustento.

—¡Niño tonto! —reprendió Isobel—. Y hablando de nuestra hija, deberías visitar a Jane alguna vez. Vino ayer, y dijo que hace meses que no te ve.

—¿Jane estuvo aquí?

—Sí. Vino a ver a Winnie.

Alan dejó de lado a Winnie.

—¿Le enseñaste tu retrato?

—Sí.

—¿Qué le pareció?

—Dijo que era magnífico.

—¡Ah! —Alan frunció el entrecejo, momentáneamente abstraído.

—La señora Lempriére sospecha que sientes alguna pasión culpable hacia Jane, creo —observó Isobel—. No dejaba de arrugar la nariz.

—¡Esa mujer! —exclamó Alan con profunda aversión—. ¡Esa mujer! Nunca piensa nada bueno. ¿Qué no pasará por su cabeza?

—En cualquier caso, yo estoy muy tranquila al respecto —dijo Isobel, sonriendo—. Así que ve a ver pronto a Jane.

Alan la miró. Ella se había sentado en un sofá junto al fuego. Tenía la cara vuelta hacia un lado, y la sonrisa seguía en sus labios. Y en ese momento Alan se sintió confuso, desconcertado, como si una bruma se hubiese formado en torno a él y de pronto, al disiparse, le hubiese permitido entrever un país desconocido.



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