El arte perdido de las Escrituras by Karen Armstrong

El arte perdido de las Escrituras by Karen Armstrong

autor:Karen Armstrong [Armstrong, Karen]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Espiritualidad, Filosofía
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO

11

Inefabilidad

El racionalismo de Rashi, Andrés y Ambrosio marcó un cambio en la espiritualidad de Europa, que empezaba su prolongada transición de una economía agraria a otra capitalista espoleada por el pensamiento crítico y empírico. Las estructuras sociales tradicionales empezaban a ser socavadas. A medida que las ciudades pasaban a ser centros de prosperidad, poder y creatividad, banqueros y cambistas de origen humilde se hacían ricos a expensas de la aristocracia, mientras que algunos ciudadanos quedaban reducidos a una pobreza abyecta[1]. Ricos y pobres vivían tan cerca unos de otros que la desigualdad se hacía intolerable. La condición de los campesinos también se había deteriorado gravemente. Unos pocos habían emigrado a las ciudades y se habían enriquecido, pero los aldeanos sin tierra vagabundeaban por el campo buscando empleo desesperadamente[2].

Aunque la práctica totalidad de las escrituras sagradas que hemos examinado subrayan la justicia social y la preocupación por el «pueblo llano», siempre ha existido un límite respecto al alcance en la que este desvelo podía implementarse en una economía agraria. El nuevo capitalismo no mejoró las cosas. El amor al dinero, habitual a finales del siglo XI, era considerado como «la raíz de todo mal», y en la iconografía popular el pecado mortal de la avaricia inspiraba una aversión visceral[3]. En este ambiente, la riqueza del clero aristocrático, que contradecía la ética igualitaria de los evangelios, resultaba particularmente ofensiva y era denunciada con vehemencia por grupos disidentes que la Iglesia condenaba como heréticos. Los seguidores de Valdo, un rico hombre de negocios de Lyon que entregó toda su riqueza a los pobres, tenían mucho en común con los cristianos primitivos, y, como los apóstoles de Jesús, viajaban de una ciudad a otra en parejas, descalzos y mendigando su alimento. Los cátaros, «los puros», fundaron iglesias alternativas dedicadas a la pobreza, la castidad y la no violencia en las principales ciudades del norte y centro de Italia, Languedoc y Provenza.

En un intento de controlar el movimiento de la pobreza, el papa Inocencio III aprobó la orden de los Hermanos Menores, fundada por Francisco de Asís (aprox. 1181-1226), hijo de un mercader acaudalado, que renunció a su patrimonio tras una grave enfermedad. Él y sus seguidores se dedicaron al servicio a los pobres en las ciudades, y su primera Regla consistía casi por entero en citas bíblicas. Como explicó su biógrafo Tomás de Celano, la espiritualidad de Francisco se basaba en la lectio divina:

Cuando leía los Libros Sagrados y algo era arrojado a su mente, lo escribía indeleblemente en su corazón. Tenía el recuerdo de libros [enteros] porque tras haber oído algo una vez no lo tomaba ociosamente, sino que con devota atención lo rumiaba con su atención-memoria [afectus]. Este, decía, era el fructífero método para enseñar y leer, y no vagar entre mil lecciones eruditas[4].

Como hemos visto, la meditación monástica sobre la escritura sagrada concluía en una intentio centrada en la caridad. Así como los benedictinos invitaban a los laicos al monasterio —⁠un refugio de stabilitas y caritas en un mundo violento e



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