Diamantes para la dictadura del proletariado by Ûlian Semenovič Semenov

Diamantes para la dictadura del proletariado by Ûlian Semenovič Semenov

autor:Ûlian Semenovič Semenov [Semenov, Ûlian Semenovič]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T00:00:00+00:00


SE PREPARAN UNOS…

uerida mía:

Por lo visto, la imperfección de la memoria humana permite —con el tiempo— que los verdugos se conviertan en genios buenos; los dulces mártires resultan unos sádicos calculadores; seguro que por esta misma razón las personas queridas se convierten en enemigos, los idiotas en genios, los ignorantes aburridos en grandes clarividentes. Estoy hablando de mí… Estoy ahora junto a una ventana que da a un jardín primaveral, no, a un jardín sin más, como antes, tengo prisa, pero echo muchísimo en falta ese florecimiento primaveral y por eso me permito vivir un poco hacia delante, ya con las flores de la primavera. Qué le voy a hacer, me acelero, pero el carácter es una de esas realidades que puede doblegarse, aunque nunca cambiarse.

Es muy probable que todas las desgracias que hemos vivido juntos vengan de que yo he deducido esa fórmula exacta, pero la correlacioné solo conmigo. Por lo visto quise, sin darme siquiera yo cuenta, hacer de ti mi copia, una especie de repetición de mí mismo, sin comprender que, de haberlo logrado, sería todo indeciblemente aburrido, como aburrido y solitario se vuelve un hombre que se encuentra en una sala de espejos vacía, y no para una hora, sino para toda la vida.

Imagino que está muy mal que la gente sepa todo de sí misma, hasta el último «padrastro de la uña», como decía Yegórushka. El misterio, el desacuerdo, disciplinan tanto en el amor como en el combate, en política o en una batalla bursátil. Estoy convencido de que la agresión se vuelve posible solo cuando una parte ha averiguado los principales secretos de la otra.

Pero ¿sabes?, ahora, con el paso de los años, de pronto he pensado que es todavía peor mirar a las caras de las mujeres y empezar a comprender que el misterio oculto en sus ojos y en su sonrisa, regulado por ellos a conciencia, y por eso de antemano comprensible, que ese misterio no lo defienden a causa de su turbación o de su timidez, sino porque son semejantes a un estado que defiende su soberanía. Cuando las fronteras de las relaciones humanas están trazadas con precisión y se defienden con garantías mutuas, entonces se conserva el misterio y la discreción cortés y la disciplina de las interrelaciones, todo se conserva, pero no habrá el milagro que había cuando oías música o cuando bañabas a los niños en Sosnovka, en las bañeras pequeñas en el prado, al sol; no habrá lo que había cuando tú leías y yo veía la vida de tu rostro: cómo se movían las cejas, cómo se entristecían tus ojos y cómo tus labios repetían en un susurro las líneas que te gustaban: te encantaba leer varias veces las frases buenas.

No creemos en la pérdida hasta el momento en que perdemos. Tú dijiste: «A diferencia de ti, yo juego a cara descubierta: espero tus cartas». No tenía que haber hecho lo que hice. No tenía derecho a dejar todo y marcharme. Maldita sea mi susceptibilidad… y



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