Cuentos fantásticos by Eduardo Ladislao Holmberg

Cuentos fantásticos by Eduardo Ladislao Holmberg

autor:Eduardo Ladislao Holmberg [Ladislao Holmberg, Eduardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción, Fantástico, Policial, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 1904-01-02T00:00:00+00:00


VII

MEJORES O PEORES

He visto seres humanos a los que la bala o el acero desplomaron hiriéndolos en el corazón; he visto fulminados por el aneurisma o por el rayo; pero me faltaba observar una víctima de la sorpresa en su grado extremo.

Al oír su nombre, Clara dio un rugido sordo, y levantando los brazos los dejó caer de pronto, mientras daba una media vuelta rápida, y, con las rodillas flojas, tocaba casi la tierra.

Un movimiento de resorte la hizo levantarse instantáneamente.

Ya estaba yo a su lado.

Muda de asombro, y pálida como el cadáver de Saturnino, se apoyó contra un pilar de la reja y miró a todos lados.

—¿Me conoce usted? —le dije.

—¡Sí! —respondió haciendo un esfuerzo.

—¿Me cree capaz de traicionarla o de venderla?

—¡No!

—Sigamos su camino. Ha llegado el momento de que conversemos de asuntos que nos interesan a los dos.

—Llámeme Antonio mientras llegamos a casa.

—No es necesario que la llame de ningún modo, porque nada tengo que decirle en la calle.

Seguimos viaje juntos, y a las dos cuadras penetró en una casa de aspecto lujoso.

Al poner el pie en el umbral ofendí mentalmente a Clara, pensando que sería conveniente recordarle algo relativo a mi seguridad personal, pero todo pasó como un relámpago, y la seguí.

Aquella mujer extraordinaria no podía caer en la vulgaridad de disparar sobre mí, y a traición, un arma de fuego. Si me conocía, como lo había dicho, no podía temer una celada, ni tampoco pensar que estuviera solo, en el caso inverosímil de que, cambiando de papel en mi vida, me hubiera convertido en un agente policial, porque mi muerte sólo habría complicado su situación, demasiado grave ya en aquel momento. Por lo demás, ignoraba el motivo de mi interpelación, y por lo mismo que no me había apoderado de ella al demostrarle que la conocía, y que, conociéndola en la casa de Saturnino, la había dejado libre, su propio interés la obligaba al respeto y a la consideración.

Cuando estuvimos en el patio, me dijo:

—Tenga a bien esperarme un momento; voy a abrir la sala.

Abrió la puerta del aposento que seguía y encendió luz. Un minuto después, vi que se iluminaba la sala. Sonaron las fallebas y penetré allí.

—Señorita —le dije antes de tomar asiento—, mi espíritu goza en este instante de una claridad extraordinaria; pero siento el corazón oprimido, y temo que, para desarrollar el tema que me ha obligado a incomodarla, no sea éste el mejor aposento de la casa. Mi voz no es suave como el perfume que usted usa, y los acentos de la pasión la elevan a tonos de una resonancia que puede transparentarse por ventanas que dan a una calle no situada en el desierto.

—Es verdad. Permítame usted correr estas cortinas, y pasaremos a la pieza inmediata.

—¿Nadie podrá oírnos desde el patio?

—Nadie.

Atravesamos una puerta que cerró, luego penetramos en la antesala.

Allí había un armario y un piano. En las paredes, los dos cuadros de Beethoven y de Weber que ya conocemos. En un armario-biblioteca, muchos libros, en cuyos lomos, casi disimuladamente, leí nombres de autores científicos.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.