Clavarse las uñas by Lucía Rodríguez

Clavarse las uñas by Lucía Rodríguez

autor:Lucía Rodríguez [Rodríguez, Lucía]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2024-04-17T00:00:00+00:00


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Justo cuando me curé de la mononucleosis, mi abuela paterna se puso enferma. Habían pasado tres meses desde la última llamada del hombre.

Tienes que ir a ver a tu abuela.

Por ella y sobre todo por tu padre. Pobrecito, date cuenta. Aquello de que te fueras el verano pasado y le dejaras allí plantado fue feo, hija. Tienes que hacer un esfuerzo, te corresponde a ti dar el paso. Piénsalo, su madre está enferma. Él estará solo allí en la clínica. Y eso no puede ser, hija. No puede ser de ninguna manera.

Fui directamente al terminar las clases ese día. Di el nombre y apellido de mi abuela en la recepción del hospital. Me devolvieron un número de habitación y subí.

En el ascensor repetía en voz baja, mirando al suelo y retorciendo la tira de mi bolso: ojalá haya salido a comer, que mi abuela esté consciente y le pueda decir después al hombre que he venido pero que no tenga que encontrarme con él, que no tenga que poner las manos juntas, la voz aniñada.

Por supuesto que estaba el hombre. Sentado en una butaca, justo enfrente de la puerta de la habitación. Una pierna apoyada sobre la otra haciendo triángulo, el tobillo derecho sobre la rodilla izquierda, el periódico desplegado en ese hueco, la suela del zapato a la vista.

Ni miré a mi abuela. Ni la vi en aquella cama. Él se levantó, dejó el periódico sobre la butaca y susurró, hija. Casi nunca me llamaba por mi nombre, solo hija. Me lancé a sus brazos. Me recogió y me derretí de gozo. Mirada de párpado, manitas juntas. Me había hecho una coleta justo antes de girar el picaporte.

La abuela estaba ingresada por una obstrucción intestinal aguda. No pasaba más que eso. Que no le salía la mierda, que estaba atascada de mierda, que había tanta que reptaba por el tracto intestinal hacia arriba y a poco le salía por la boca. Le dieron el alta al día siguiente. Era jueves.

El domingo vino el hombre a recogerme a la residencia. Tenía un coche nuevo, un BMW deportivo. Me trajo una bufanda de cachemira de regalo, me invitó a comer pescado blanco en una marisquería de las afueras y paseamos por un parque desierto. Hacía mucho frío.

Me preguntó por las notas. Sacó unos billetes por los sobresalientes y las matrículas. Dije que no, que no, que no hacía falta, pero los cogí sintiéndome afortunada por que me hubiera perdonado y aún más por que pasara a recogerme a la residencia y más aún por que me trajera un regalo y me diera una propina y me invitara a comer en un sitio elegante. Reconfortada a la sombra del depredador.

Volvimos a las llamadas diarias, los encuentros de fin de semana y los arqueos de caja trimestrales: en el Haber el dinero que me había ido dando, por las notas, por mi cumpleaños. En el Debe lo que me había gastado, cada cantidad con su fecha y su concepto. En la liquidación, la cuantía exacta que restaba.



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