Carlos V. Un hombre para Europa by Manuel Fernández Álvarez

Carlos V. Un hombre para Europa by Manuel Fernández Álvarez

autor:Manuel Fernández Álvarez [Fernández Álvarez, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1976-01-01T00:00:00+00:00


Era un ejército lleno de grandes figuras, que resonaban por sus apellidos. Si se compara con la despersonalizada milicia de nuestros días, el contraste no puede ser más acusado. Allí se vio desfilar a cada casa nobiliaria con sus atuendos y sus colores especiales y a cada grande rodeado por sus caballeros, pajes y escuderos. Ciertamente que era sólo el comienzo, el de los brillantes desfiles realizados en la suave primavera catalana. Lo que faltaba por comprobar era si las armas serían tan fáciles de soportar en las calurosas jornadas africanas. El 31 de mayo la flota imperial dejaba atrás la costa catalana: «Partió con tanta música», nos dice un contemporáneo, «que dio grandísimo gusto a todos». Era como una estampa sacada de los libros de caballería; la misma música que ha despedido siempre a los ejércitos cuando van camino del combate, quizá por la necesidad de esconder, de una forma brillante y ruidosa al tiempo, la hosca realidad de la muerte que lleva en su entraña la guerra.

En las aguas de Cerdeña, sobre el puerto de Cagliari, se juntaron las dos armadas, la que llevaba consigo Carlos V y la que desde Italia había juntado el marqués del Vasto, quien había tenido a su cargo los soldados reclutados en Alemania, en Nápoles y Sicilia, los tercios viejos asentados en tierras italianas y los efectivos enviados por el Papa y por la Orden de San Juan; en total unos 30 000 soldados embarcados en 74 galeras. De esa forma reunió Carlos V un ejército de unos 60 000 hombres. Por supuesto, el mayor riesgo de tal ejército era su falta de unidad y que, por ello, surgiesen incidentes entre los soldados de las distintas naciones. Para evitarlo, Carlos ordenó que se observasen treguas en las rencillas particulares mientras durase la jornada. Encomendó el mando de la flota al almirante del Vasto. Una vez hecho esto, la flota imperial zarpó hacia la costa africana.

Estando situada Túnez, la capital del reino, algo en el interior, se imponía comenzar las operaciones con la ocupación de un punto de la costa. La ofensiva imperial apuntó al puerto de La Goleta, la principal puerta costera tunecina, que Barbarroja había puesto en buenas condiciones de defensa. Por tanto, la partida prometía ser muy disputada desde el principio.

El 14 de junio de 1535 la flota imperial, después de ir bordeando la costa tunecina, iniciaba las operaciones de desembarco sobre las ruinas de la antigua Cartago. En la nueva disputa entre Europa y África, aquello podía tomarse como un verdadero símbolo. El primer día saltó a tierra la infantería veterana, como si se tratara de un cuerpo de infantería de marina. Algunas piezas de artillería y un grupo de caballos ligeros ayudaron a consolidar la cabeza de puente sin mayores dificultades. En efecto, Barbarroja prefirió cerrarse a la defensiva, sobre sus dos bases principales de La Goleta y Túnez. Esperaba, sin duda, que La Goleta resistiese lo suficiente como para que el calor diezmase al ejército imperial, lo que le hubiera permitido tomar la contraofensiva.



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