Caen estrellas fugaces by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

Caen estrellas fugaces by Jose Gil Romero & Goretti Irisarri

autor:Jose Gil Romero & Goretti Irisarri [Gil Romero, Jose & Irisarri, Goretti]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Intriga, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2017-04-26T16:00:00+00:00


* * *

Dos operarios acarrean las cajas hasta el salón de entrada de la mansión y las amontonan cerca de la gran escalera de mármol. Recuerdan una mudanza, pero no son ropas ni muebles lo que almacenan, sino varias máscaras funerarias polinesias, de asombroso realismo, vaciadas en yeso sobre los rostros difuntos; Guan Yin, la diosa china de la misericordia; un byeri, la cabeza de madera donde los fang guardan los huesos de sus seres queridos; un ornamento de plumas kayapó. El prestigioso anatomista Velagos va tomando nota de las cajas, revisando el interior y ordenando que las coloquen aquí o allá, cuando suena una voz a su espalda:

—Profesor.

Leónidas Luzón, sostenido sobre sus dos bastones, lo mira desde la puerta por donde entran y salen los operarios. Velagos sonríe.

—No dispongo de cráneos en este momento —bromea.

—Ya no estudio frenología. —Sonríe Luzón entrando en el salón—. A menos, claro, que consigas un ajusticiado interesante.

Se ríen y saludan con un fuerte apretón de manos, para lo que Luzón sujeta uno de los bastones bajo el brazo, como es su costumbre.

—Canalla, cuánto tiempo. ¿Cómo van tus dolores?

—Supongo que cuando me hagas la autopsia podrás comprobar los daños.

—No es muy cortés decírtelo, pero ¡estoy deseándolo! Lo que me da lástima es que no podamos comentar los resultados. —Y sonríen los dos.

—¿Qué tal Eugenia? ¿Y tu hija? —pregunta Luzón—. Estará muy mayor.

—Bien, bien las dos, a Dios gracias.

Luzón echa un ojo en derredor. El salón es imponente, abunda el mármol, una cristalera en el techo llena la estancia de luz. Pese al desorden de las cajas y las vitrinas vacías, el futuro Gabinete Antropológico luce espectacular.

—Veo que tienes esto muy avanzado.

—Vamos a abrir por fin, dentro de nada; llevo esperando esto toda mi vida.

Luzón lo mira con cariño. Asiente. «Lo has conseguido, amigo mío».

Mucho ha trabajado —e invertido— el profesor Velagos para sacar adelante el proyecto y grande es el regalo que le hace a la ciudad, pues el museo va a estar dentro de su propia casa y albergará su colección personal de quinientos cráneos, esqueletos humanos y de simios, momias andinas y una momia guanche procedente del Real Gabinete de Historia Natural; además de vaciados en escayola y figuras de talla natural que representan a los diferentes grupos étnicos, por no hablar de la mejor biblioteca antropológica de España, con una colección única de revistas científicas.

—Eso que ahora —se lamenta Velagos— me han liado los de Seguridad Pública con el examen de un cadáver, y apenas me va a quedar tiempo para acabar esto.

—¿El Cuerpo de Seguridad? ¿En qué lío te has metido?

—¡Me han metido! Me ha mandado llamar un inspector, un tal Granada. Ojalá pudiera librarme, me encuentras aquí de casualidad.

Velagos ha aprovechado una salida del inspector —«A no sé qué de una zarzuela»— para regresar al Gabinete Antropológico y dar entrada a estas cajas procedentes de París y Londres. Antiguos colegas, buenos amigos, ceden parte de su colección para ayudarle en la inauguración, que está muy próxima.

A Luzón le hace gracia que el inspector Granada ande metido en tantos tinglados.



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