Baile en el Kremlin y otras historias by Curzio Malaparte

Baile en el Kremlin y otras historias by Curzio Malaparte

autor:Curzio Malaparte [Malaparte, Curzio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T00:00:00+00:00


VIII

Como al conjuro de aquella voz chillona y falsa, la imagen de unos jóvenes surgió del fondo del espejo y sus voces extrañamente moduladas ahogaron unos instantes los agudos chillidos de Dorothy. Diseminados por la estancia, sentados unos en los brazos de los sillones, apoyados otros en los muebles, con un desparpajo gracioso, hablaban y reían todos a la vez, en voz muy alta, en tono amable y vago que contrastaba con su voz potente, sus gestos enérgicos, y observaban a Paolo con una curiosidad discreta, con una especie de reserva cordial. En aquellos breves instantes, un curioso cambio se había operado en la anciana. De pronto parecía ansiosa por adoptar el nuevo papel que la presencia de aquellos jóvenes la obligaba a desempeñar, como una actriz que va a salir al escenario y busca la actitud, la primera frase. Sentada en la cama, envuelta la bella frente en la aureola de cabello blanco, observaba con expresión atenta y ceñuda a los criados que se movían lentos y cautos por el comedor, entre el centelleo de los cristales y la relumbrante blancura de los manteles, y reía, movía la cabeza de un lado a otro, con una gracia estudiada, sin perderse una sola palabra de la conversación que se trababa en torno a la cama. Hasta que el nombre de Vittoria Sermoneta, pronunciado, incauta o malintencionadamente, por Nora, le sugirió la primera frase del nuevo papel, le dio, por decirlo así, el empujón para salir a escena: los ojos se le iluminaron, esbozó una sonrisa de triunfo malicioso y, reclinando la cabeza y abriendo los brazos, exclamó:

—Ah non, ma chère! ¡Éste no es momento para hablarme de Vittoria ni de sus bavardages!

Vittoria era seguramente la rival por quien Dorothy más envidia y animadversión sentía. La soberbia y vanidad de aquella mujer, su manía presuntuosa de creerse la única protagonista de la vida propia y ajena, de referir a su persona todos los acontecimientos de los últimos cincuenta años (desde la primera Coppa Gordon Bennett hasta la visita de Guillermo II a los soberanos de Italia, pasando por la muerte de Eduardo y el ascenso al poder de Mussolini), de comparar su historia personal con la de Europa y la de Roma, le inspiraban una rabia feroz. El libro de Vittoria, aquellas Memorias de las que tanto se hablaba en los salones romanos, tenía el imperdonable defecto de referir como propios hechos y recuerdos que eran de ella, que podía considerar legítimamente personales. Al leer aquel libro uno tenía la impresión de que cuanto había ocurrido en aquel medio siglo le había ocurrido a ella, a Vittoria; que si Roma, en lugar de un pueblo, era la capital del mundo, era mérito suyo, de su inteligencia, su abolengo y su tremenda belleza. Y como Dorothy no podía admitir que, en una ciudad como Roma, dos mujeres de la misma o parecida edad tengan muchas cosas en común, amigos, aventuras, amores, odios, penas, alegrías, dichas y desdichas, y que fechas, nombres, lugares



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