Atila by Aliocha Coll

Atila by Aliocha Coll

autor:Aliocha Coll [Coll, Aliocha]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1991-09-09T00:00:00+00:00


Ninguna otra nueva llegó bajo el sol antes del crepúsculo vespertino en que un jinete batidor de retaguardia anunció a Quijote que no había el menor asomo de ofensiva bizantina o visigótica.

Al rato se descompuso el lubricán en grumos inquietamente lobulados más y más obscuros y numerosos y confluentes hasta que sólo con aguas corredizas confirmó la noche la extensión de su arenosa intensidad.

Pero poco más tarde se hizo un silencio ensordecedor, y llegaron como sobre borra dos batidores. Agarrafadoramente inquisitiva la mirada de Quijote acabó tirando de sus lenguas y a dúo de coro conmemoraron un tumor marmóreo que detrás de Etzelburgo le había salido a la tierra, dos arcos de triunfo que sostenían un enorme edificio cuyo tímpano remataba en dos cuernos y una trompeta militares y de cuyo terrado se elevaba una torre erizada de arqueros. Con una señal de la mano Quijote los despidió sin comentario. Después de esa mañana esperaba algo así como esta noticia. No un ingenio agudo sino esa espera vaga le hizo reconocer pronto un elefante púnico. Volvió el silencio, trayendo a flor de lumbre sobre alas de gran duque otros tres batidores de retaguardia, que afirmaron haber asistido a una fractura abierta de la tierra, pero que al acercarse a contemplar el hueso habían visto un gigantesco caballo, blanco como el mármol más puro de Paros o Carrara, que defecaba soldados pesadamente armados.

Se sucedieron crecientes grupos de jinetes, tan alarmados cuan numerosos, coreando que en la estela de Etzelburgo la tierra burbujeaba reventándose en estatuas de efebos alados blandiendo lirios flamígeros, caballeros sollozantes cabalgando corceles alados, varones con vientre y patas ecuestres asaetados por hombrachos vestidos de mujer, una doncella empapelando en un cofre a sus ocho hermanas y a su madre, una virgen desflorada por un serpentón, y luego en bloques de mármol de los que se emergían lenguas, pulgares, bálanos, mamelones, cucharas con guardamano, olivas acuñadas y monedas empanadas, y luego en bloques de mármol de los que se emergían talones y nalgas y nucas, talones y nalgas y nucas, talones y nalgas y nucas, este informe fue llegándole repetidamente, hasta que un grupo de batidores proclamó que en la estela de Etzelburgo la tierra burbujeaba reventándose en bloques de mármol en los que se habían inmergido talones y nalgas y nucas dejando su holladura, e incluso hubo un batidor que se destacó del grupo declarando haber osado aposentar su espalda en uno de esos moldes y habérselo hallado perfectamente congruente: minúsculas, las pupilas de Quijote, como si viesen el meridiano sol de Junio, provocaron un arredramiento general, y sólo se quedó con él su escolta de bulto: «rodar sin trasladarse y rodar desplazándose ¡qué extraño equívoco! ¿Qué compromiso universal constaba entre todos los ejes y órbitas? ¿Por qué la vida de un hombre era a la crónica de la historia lo que la vida de un día era a la crónica de su longevidad? ¿Por qué la tarde traicionaba a la mañana? ¿Qué razón, qué porción y de



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