39 escritores y medio by Jesús Marchamalo

39 escritores y medio by Jesús Marchamalo

autor:Jesús Marchamalo [Marchamalo, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2010-12-31T16:00:00+00:00


Machado, que comía libros

ntonio Machado fue toda su vida un fumador empedernido. Siempre llevaba las solapas del traje llenas de ceniza. De hecho, su madre andaba todo el día ajetreada con un cepillo de ropa, para remediar aquel desaliño indumentario que acabaría elevando a la categoría poética. A Machado le gustaban los trajes amplios, nada «ratoneros», como él llamaba a esos trajecitos entallados tan a la moda entonces entre los señoritos de provincias. Acostumbraba llevar los bolsillos llenos a rebosar de libros y papeles donde, a la mínima, pespunteaba algún verso. Tenía una letra pequeña que, a medida que avanzaba en las cuartillas, se convertía en tan diminuta y enrevesada que a él mismo le resultaba difícil de entender. Después, era curioso, cuando tenía que escribir un sobre, una carta, un poema que enviaba directamente a la imprenta para que lo reprodujeran, se esforzaba en una caligrafía inglesa, tan perfecta y elegante como ajena.

Siempre le gustaron los libros. Durante una temporada, en Madrid, iba todos los días a la Biblioteca Nacional, donde pasaba horas enfrascado en la lectura. También le gustaba comprarlos, y tenerlos, así que en su casa acabaron por ocupar no sólo las estanterías —alguna hubo que se quebró por el peso—, sino también las sillas, las mesas, y los rincones en los que se apilaban de forma descuidada, amenazando constantemente con la tragedia. Era tal la impaciencia cuando leía que con frecuencia abría los libros intonsos directamente con el canto de la mano. Los bordes de las hojas quedaban rasgados de forma irregular, y Bergamín comentó que alguna vez le había visto arrancar de las páginas trocitos de papel, que se metía después en la boca, distraídamente, de manera que muchos de sus libros acababan pareciendo mariposas.

Cuando tuvo que partir para el exilio dejó en la carretera, en el maletero de un coche que le conducía a Francia y que debió abandonar cerca de la frontera, sus libros y papeles, los pocos que había conseguido llevar hasta allí. Cruzó la pesada cadena que representaba la derrota, el 27 de enero de 1939, junto a su madre y su hermano José, lloviendo, de noche, con un frío glacial que taladraba los huesos y pegaba los zapatos al barro. Más tarde llegaron a Collioure, a encontrarse con la muerte.

La dueña de la pensión Bougnol Quintana, donde se alojaron, contó años más tarde que no había conseguido entender por qué primero bajaba un hermano a cenar, con la madre, mientras el otro se quedaba en la habitación hasta que el primero terminaba y subía. Era porque no tenían más que una americana para los dos, y no querían bajar sin ella.

Antonio Machado murió la tarde del 22 de febrero. Las últimas palabras en verso que escribió, y que su hermano encontró días más tarde en el bolsillo de su gabán, decían: «Estos días azules y este sol de la infancia». Decían.



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