10 Lugares mágicos de la Argentina by Viviana Rivero & Lucía Gálvez

10 Lugares mágicos de la Argentina by Viviana Rivero & Lucía Gálvez

autor:Viviana Rivero & Lucía Gálvez [Rivero, Viviana & Gálvez, Lucía]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Viajes, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2011-12-01T00:00:00+00:00


GUERRA EN LOS VALLES (SIGLO XVII)

Lamentablemente había entre los invasores gente conflictiva y ambiciosa que destruiría la obra de su predecesor. Castañeda, el siguiente gobernador, con su actitud humillante para los indios, consiguió que estos se rebelaran y destruyeran las tres ciudades fundadas por Pérez de Zurita: Córdoba del Calchaquí (actualmente San Carlos, la ciudad de los seis nombres), Londres (en Catamarca) y Cañete (en Ibatín, Tucumán).

Este primer asentamiento en los Valles dejaría un saldo positivo: vacas, caballos, cerdos y ovejas; trigo, algodón, cebada y otros cereales que habían traído los españoles y los «vallistos» siguieron cultivando. Algo más importante aún se iba fraguando allí y en otros asentamientos: los hijos mestizos, que darían un nuevo color a la sociedad hispanocriolla.

Con el reemplazo de Castañeda volvió la paz por un tiempo. El problema de fondo era que los calchaquíes, al contrario de otras parcialidades, no querían ni oír hablar de trabajar para los españoles. Ellos tenían sus propios sembrados y se las arreglaban solos. Los jesuitas, cuyas Misiones florecían en el Litoral dando óptimos frutos, intentaron, con poco éxito, un acercamiento al fundar en los Valles las Misiones de San Carlos y de Santa María. Un religioso se quejaba de que les mandaban a sus hijos para que los despiojaran y cuando crecían dejaban de ir. Pese a todo, los jesuitas fueron muy bien recibidos y pudieron celebrar bautismos y casamientos, entre ellos el del ya viejo curaca Juan Calchaquí. Sin embargo, las Misiones no pudieron prosperar por la codicia de los encomenderos españoles, que pretendían hacer trabajar a los indios en sus fincas sin tener en cuenta el tratado de paz y el evidente rechazo de los calchaquíes por todo lo que atentara contra su libertad y su forma de vivir.

En 1633, ante la intransigencia del gobernador Felipe de Albornoz, hubo otro levantamiento que duró varios años impidiendo el comercio con el Alto Perú. La última rebelión fue provocada por un aventurero andaluz que afirmaba ser el último inca. Pedro Bohorquez, hombre de indudable carisma, sobre todo con las mujeres, convenció a los distintos grupos de poder de que había «tapados», es decir, tesoros, de oro y plata, escondidos en la región. Tentó con el progreso espiritual al obispo y a los padres residentes en las Misiones de San Carlos y Santa María; a los encomenderos les habló de los yanaconas (indios disponibles para el trabajo), al gobernador Mercado y Villacorta de la gloria y el oro que podía ganar para Su Majestad (y para él mismo) y a los propios indígenas, de la necesidad de liberarse del yugo español. A cada uno dijo lo que le hubiera gustado escuchar. ¿Sería posible que un líder así llegara a unir a todas las tribus y detuviera la invasión de intrusos? Desde los tiempos de Juan Calchaquí, había habido pocos momentos de paz entre naturales y españoles. Los encomenderos y funcionarios no sabían cómo explicar al Rey una resistencia que ya duraba mas de ciento veinte años. Por su parte, los naturales estaban decididos a quedarse en sus valles y no dar obediencia al invasor.



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