07-Más Oscuro Que La Noche by Michael Connelly

07-Más Oscuro Que La Noche by Michael Connelly

autor:Michael Connelly
La lengua: spa
Format: mobi
Tags: Novela Negra
ISBN: 8496940462
editor: Roca
publicado: 2008-12-31T23:00:00+00:00


–¿Puedo preguntarte yo algo? – dijo Miranda.

–¿Qué?

–¿Te gusta lo que ves?

McCaleb sintió que se ponía colorado de inmediato.

–Has mirado bastante, así que pensaba que te lo podía preguntar.

Miró de reojo a las putas y compartió con el as una sonrisa.

Las tres estaban disfrutando con el sonrojo de McCaleb.

–Son muy bonitas -dijo mientras se alejaba de la barra dejando un bil ete de veinte dólares para el a-. Estoy seguro de que la gente viene por eso. Probablemente Eddie Gunn venía por eso.

Se encaminó hacia la puerta y el a le dijo en voz alta con palabras que lo siguieron hasta la salida.

–Entonces podrías volver y probar alguna vez, agente.

Al pasar por la puerta oyó que las putas chil aban y chocaban las palmas de las manos en alto.

McCaleb se sentó en el Cherokee enfrente de Nat’s y trató de sacudirse la vergüenza. Se concentró en la información que había obtenido de la camarera. Gunn era un asiduo y pudo estar o no al í la última noche de su vida. En segundo lugar, conocía a Bosch como cliente. Él también pudo o no haber estado al í en la última noche de la vida de Gunn. El hecho de que esta información hubiera partido indirectamente de Bosch era desconcertante. De nuevo se preguntó por qué Bosch -si es que era el asesino de Gunn-le había dado una pista válida. ¿Se trataba de arrogancia, de la seguridad de que nunca sería considerado sospechoso y por tanto su nombre no iba a surgir durante el interrogatorio en el bar? ¿O podía existir una motivación psicológica más profunda? McCaleb sabía que muchos criminales cometían errores que aseguraban su detención, porque inconscientemente no deseaban que sus crímenes quedaran impunes. La teoría de la noria, pensó McCaleb.

Quizá Bosch estaba inconscientemente asegurándose de que la rueda también giraría para él.

Abrió el móvil y comprobó la señal. Funcionaba. Llamó a Jaye Winston a su casa. Miró el reloj mientras sonaba el teléfono y consideró que no era demasiado tarde para l amar. Al cabo de cinco timbrazos el a respondió al fin.

–Soy yo. Tengo algo.

–Yo también, pero sigo al teléfono. ¿Puedo l amarte cuando termine?

–Sí, aquí estaré.

Colgó y se quedó sentado en el coche, esperando y reflexionando. Miró por el parabrisas cuando la prostituta blanca salió del bar con un hombre tocado con una gorra de béisbol con la visera hacia atrás. Encendieron sendos cigarril os y se encaminaron cal e abajo hacia un motel l amado Skylark.

Su teléfono sonó. Era Winston.

–Esto está cerrando, Terry. Me has convencido.

–¿Qué has descubierto?

–Primero tú. Has dicho que tenías algo.



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